El pasado día 18 de febrero acudí a Sant Celoni a rendir mi último homenaje de cuerpo presente a Santi Santamaria, y acompañar a su esposa Àngels, a sus hijos Regina, Pau y Judit, al nieto Joan, que tanta alegría acababa de proporcionarle, a su madre, a los amigos de su entorno y a cuantos componían parte de los equipos que forman las empresas que dirigía. Las calles respiraban silencio. Era lo propio. También yo pasé unas horas en el más profundo silencio. Pensando, recordando, rezando, dando por irreversible lo sucedido y sin fuerzas para rebelarme. Resignado. Tuve que salir a pasear un rato por las calles de Sant Celoni, hasta las cinco de la tarde.
Nunca había paseado ni mirado de esta manera las calles de Sant Celoni, aun siendo las más próximas a Can Fabes. Me llamó la atención la fachada parroquial, con un enorme esgrafiado barroco del siglo XVIII, en el que al mirar con atención vi arcángeles con trompetas, ángeles con cestos de flores o frutas, otros jugando con pájaros. Me pareció todo un símbolo del día. Observé que todo esa gran composición giraba en torno al patrón de la parroquia, San Martín de Tours, el santo en cuya cofradía ingresó nuestro rey Pedro IV, o III, necesitado de tener sucesión masculina, y confiando que san Martín lo conseguiría. Cosas de la fe. Porque así fue, y Pedro IV el Ceremonioso (1337-1387), tuvo dos hijos, Juan I el Cazador (1387-1395) y Martín I el Humano (1395-1410). Nunca habíamos hablado de esto con Santi. Aunque sí de la importancia de las famosas "Ordenacions fetes per lo molt alt senyor en Pere terç Rey darago sobre lo regiment de tots los officials de la sua cort" (1344).
Paseando por las calles mudas pasé por delante de la fachada del Ayuntamiento, que lucía la bandera a media asta. Y pude mirar muchas más cosas que ahora no vienen a cuento. El sol iluminaba con todo su resplandor muchos rincones que hasta entonces no me habían llamado la atención.
Había que volver a L'Ateneu y participar en silencio en el acto de despedida. Un acto breve, grave, bien organizado, con las intervenciones cuidadas del periodista coordinador (Xavier Graset, amigo suyo, como Joan Rosaura que andaba fijándose en todo), como también justas y precisas las palabras del benedictino Aureli Argemí, de Emili Teixidor, de la periodista Montserrat Ponsa y las del director de la Compañía de teatro La Claca, Joan Baixas. No quiero dejar de nombrar a Lali Rubinat, la voz, y a Núria Guillén, al piano: ambas ofrecieron cuatro piezas musicales a cual mejor y más oportunamente elegidas, aunque al final hubiera preferido yo que al interpretar unos versos de "El cant dels ocells", en lugar de los versos iniciales, se hubieran interpretado los últimos: “La garsa, griva o gaig/diuen: Ara ve el maig!/Respon la cadernera:/Tot arbre reverdeix, /tota branca floreix/com si fos primavera. El xot i el mussol/al veure eixir el sol/confosos se retiren./El gamarús i el duc/diuen: Mirar no puc;/tals resplendors m’admiren!”.
Cada intervención o interpretación se finalizaban con intensos aplausos de cuantos ahí estábamos con la emoción contenida. Creo que de modo particular cuando Lali y Núria interpretaron la famosa aria de la ópera "Rinaldo", de Haendel, "Lascia ch'io pianga". Con ella les dejo, y para quienes no recuerden la letra la transcribo:
Lascia ch'io pianga
Mia cruda sorte
E che sospiri
La liberta
Il duolo infranga
Queste ritorte
De' miei martiri
Sol per pieta
Cuando leo un escrito como este, perfilado además con música imperecedera, recordando la oronda humanidad del maestro y la despreciable actitud del hijo de papá que se permite mancillar su memoria, con el silencio cómplice, quizá más impulsor que cómplice de los vencedores (sólo porque no están muertos y se protegen en ignotas redes de poder)me reconcilio con la vida, cierto que sólo por un momento. Que la Misericordia infinita nos alcance a todos y que acoja a Santi y a todos los que trabajan en paz por hacer de su profesión verdad, no una repugnante manipulación de las cosas. Vale, domine.
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